3.8. Martin Heidegger

El filósofo alemán Martin Heidegger (1889 - 1976), una vez separado del catolicismo de su infancia, se expuso por completo a la burguesa atmósfera reinante en la República de Weimar, vale decir, a un clima de perplejidad, inseguridad y desesperación, procediendo a desarrollar en correspondencia con esto, una filosofía de preparación para la muerte, una filosofía existencialista y nihilista en la que muchos vieron una actitud vital, una orientación que fue ávidamente asimilada por la juventud. Trabajando sobre las categorías metafísicas de “mundo, finitud (y) soledad”, Heidegger considera la miseria del tiempo que le ha tocado vivir y lo entiende como una época marcada por un hombre que se enfrenta a una inmensa falta de misterio y de consistencia, donde su vivir es un existir en la superficialidad y el “vacío de existir”. De esta forma, Martin Heidegger es el sistematizador del existencialismo propiamente dicho. Con Heidegger, se pasa de “Man” (hombre) a “man” (se), esto es, del “Das Sein” o “el ser” al “Dasein” o al “estar aquí”. En tanto la metafísica exaltaba el ente y olvidaba el ser, ahora el hombre no era lo fundamental para la filosofía, sino el ser, que no es sino un “acontecimiento”, un “acontecer” o “factum” que se da como “instante” que además crea una “situación” y que “es histórico en su ser mismo”. De allí que la estructura fundamental del “Dasein” (ex–sistir) sea el “estar-en-el-mundo” y que su esencia consista “en su existencia”. Así, para Heidegger, “el ser es el verdadero y único tema de la filosofía”. Debía pues procederse al desocultamiento del ser mediante una deconstrucción (“Abbau”) positiva de la filosofía. Su ontología gira así en torno al “Dasein”; el “ser ahí” o “ser ahí del ser” del hombre. Según Heidegger, en tanto “la ‘esencia’ del “Dasein” consiste en su existencia” y la “existencia es el vivir fáctico”, el “dasein” está constituido por un cotidiano entramado de relaciones y significados donde la clave es “la articulación de la totalidad del todo estructural”. Precisa entonces Heidegger que la consistencia del “Dasein no se funda en la substancialidad de una substancia, sino en la autonomía del sí-mismo existente”. De esta forma, para Heidegger, el “Dasein”, el “ser ahí” o “ser ahí del ser” del hombre, no tiene más finalidad que la muerte (un no ser más ya), instancia que le confiere verdadero sentido a la existencia. Para Heidegger, la realidad básica se halla contenida en el “Dasein” que no es más que el hombre que existe en forma contingente, “caído” y “arrojado al mundo”, suspendido sobre la nada, destinado a una “situación límite” y única posibilidad necesaria: la muerte (“Sein zum Tode”). La única actitud posible y legítima del hombre es aceptar la angustia y vivir concientemente la tragedia de la existencia con la plena aceptación de la nada y la muerte. Entonces, para Heidegger, la existencia humana lleva implícito un sentimiento de angustia y culpabilidad. Angustia porque la muerte es una posibilidad insuperable, y culpa, porque aún no se ha alcanzado aquello adonde se debe llegar: la muerte. Es nuestra conciencia lo que nos da cuenta de esa angustia y aquello que nos hace sentir la culpabilidad. Señala el filósofo: “El Dasein es propiamente él mismo en el aislamiento originario de la callada resolución dispuesta a la angustia… La angustia se angustia por la nuda existencia en cuanto arrojada en la desazón”. Agrega Heidegger: “El ser-culpable pertenece al ser del Dasein mismo… el dasein es constantemente culpable”. Por tanto, según Heidegger, el hombre se encuentra frente a dos actitudes fundamentales ante la muerte: aceptación o distracción. Heidegger no distinguirá lo moralmente bueno o malo, aunque sí postula una “auténtica existencia”, vale decir, de expresión de conciencia y sentimientos humanos tales como angustia y culpabilidad que de alguna manera indican una ordenación de los actos humanos. Indica Heidegger: “La desazón es el modo fundamental, aunque cotidianamente encubierto, del estar-en el-mundo”. Heidegger reconoce además que no solamente existe un “Dasein” sino varios. De allí que el “Dasein” tiene otra forma de existencia como un “ser con” o un ser en el mundo con coexistencia o cohabitación con otros “Dasein”. Este nuevo modo de “Dasein” será una actitud de apertura, de conocer a los demás que lleva implícita la cotidianeidad donde el “Dasein” se convierte necesariamente en un “se” impersonal establecido por costumbres, modos y reglamentos societales. Si la persona quiere o si le gusta es porque quiere, porque le gusta. En tal concepción de la existencia humana en sociedad, la responsabilidad individual se diluye en la masa y se convierte en responsabilidad colectiva. El “Dasein” se disuelve en la colectividad haciéndose todos, pero nunca él mismo, perdiéndose así el modo de ser propio y auténtico de cada uno. Con todo, para Heidegger, las llamadas verdades absolutas no son sino “remanentes de la teología cristiana en el campo de los problemas de la filosofía”. Si para Heidegger “la existencia humana es ser-para- la muerte”, necesariamente no hay Dios, no hay razón, no hay ni siquiera propiamente vida, ya que ésta no es más que el tránsito hacia la muerte. El ser, que no es más que el existir en el tiempo, es solo una posibilidad inacabada, con una conclusión siempre fatal. Martin Heidegger enseñaba: “Existir significa estar sosteniéndose dentro de la nada”. En esta perspectiva, el siglo XX es un siglo en el que se vive inconsciente y angustiadamente la imposibilidad de la verdad. Sentenciando el “acabamiento” de la metafísica y el “final de la filosofía”, Martin Heidegger actuaba como anunciador de una nueva época, dejada ya de la mano de los dioses. La máxima sentencia de Nietzsche, “Dios ha muerto”, es precisamente interpretada por Heidegger: “Lo que precedentemente condicionaba condicionaba y determinaba el modo, la finalidad y la medida de las cosas, la esencia del hombre, ha perdido su poder de eficiencia absoluto e inmediato… El mundo suprasensible de las finalidades y de las medidas ya no se despierta y ya no soporta la vida. El mundo mismo se ha quedado sin vida: muerto. Ciertamente hay fe cristiana aquí y allí, pero el amor desplegado en semejante mundo no es el principio eficiente y operante de lo que ocurre en la actualidad. El fondo suprasensible del mundo… se ha convertido en irreal. Éste es el sentido metafísico de la palabra pensada metafísicamente: “Dios ha muerto”…”.

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